Durante nueve años tuve la oportunidad de disfrutar la vida en el centro turístico de Playa. Llegamos cuando era fácil identificar por qué le decían ‘Little Italy’ a esta zona después de Constituyentes y cuando la 34 ya era muy lejos de lo que debía importarte.
Aventurero era aquel que en busca de más espacio, o vista al mar, se iba a la Colosio. O el que decidía cruzar la Federal para vivir en donde muchos aun llamábamos ‘la selva’ (el Ejido).
Recién llegados a Playa nos encontramos con un depita tipo loft, con poca luz, pero una excelente ubicación y sin dudarlo, lo tomamos. Aprendí a adoptar la rutina de la Quinta: a confundirme entre los turistas mañaneros, los taxis en la esquina y los hábiles vendedores. A amar la cercanía de mi Yoga Shala y la hora de ir por el pan a Chez Céline.
Me sentía mal las tardes que no caminaba con mi perro al muelle, para saludar al mar. Y aprendí a arrullarme cuando sacaban las mesas y activaban su aroma en el Café vecino. Ellos sin saberlo, avisaban que ya era hora de despertar.
Y bueno, nada es para siempre y en algún momento se tenía que terminar. Dejarlo no fue fácil, pues en casi una década, lo había hecho mi hogar.
Al final, tuvimos que dejar el centro de Playa, encaminados por la idea de convencernos que era lo mejor.
Y tal vez es curioso lo similar que es la fonética de las palabras en el título: Living and leaving… downtown! Y es que probablemente están enlazadas mas allá de la similitud de las letras y como dicen las abuelas… “A todo se acostumbra uno, menos a no comer”.
Azanza Cervantes
THE WIZARD BLOG
@AzanzaMaria